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    Rosario Castellanos, pilar de la literatura mexicana, falleció un día como hoy

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    Rosario Castellanos falleció el 7 de agosto de 1974 en Tel Aviv, hoy sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres por ser una de las escritoras más importantes de habla hispana en el siglo XX. Nació el 25 de Mayo de 1925 en la Ciudad de México, aunque creció en Comitán, Altos de Chiapas.

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    Cuando ella tenía 23 años fallecieron sus padres y tuvo que abrirse paso con recursos limitados. Se mudó a la Ciudad de México para prepararse y poder expresarse a través de las letras. Obtuvo un título como Maestra en Filosofía en la UNAM, posteriormente se formó en estética en la Universidad de Madrid y fue profesora en su alma mater, en la Universidad de Wisconsin, la Universidad Estatal de Colorado y la Universidad de Indiana en Estados Unidos. También colaboró en Excélsior, diario de circulación nacional en México y más tarde promovió la erección de entidades como el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Chiapaneco de Cultura.

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    La obra de Rosario Castellanos se caracteriza por expresar temas políticos y sociales desde la cotidianeidad, abordaba los temas de las mujeres y hay expertos que aseguran que su visión es tan amplia e integral que expresa en su letras el papel de la mujer en México.

    La escritora es objeto de análisis profundos en temas feministas en todo América Latina por las similitudes en que se desarrollan los contextos de las mujeres en la región. En sus piezas aborda asuntos de derechos fundamentales que son coartados por prejuicios o discriminación por género, así como de género e indigenismo.

    De entre su vasta obra en cuentos, poesía, ensayo, artículos, teatro, epistolario y otros, destacan sus novelas:

    Balún Canán (1957)

    Oficio de tinieblas (1962)

    Rito de iniciación (1996)

    Aquí les compartimos un par de poemas muy notables de la pluma de Rosario Castellanos:

    Destino

    Matamos lo que amamos. Lo demás

    no ha estado vivo nunca.

    Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere

    un olvido, una ausencia, a veces menos.

    Matamos lo que amamos. ¡Que cese esta asfixia

    de respirar con un pulmón ajeno!

    El aire no es bastante

    para los dos. Y no basta la tierra

    para los cuerpos juntos

    y la ración de la esperanza es poca

    y el dolor no se puede compartir.


    El hombre es anima de soledades,

    ciervo con una flecha en el ijar

    que huye y se desangra.


    Ah, pero el odio, su fijeza insomne

    de pupilas de vidrio; su actitud

    que es a la vez reposo y amenaza.


    El ciervo va a beber y en el agua aparece

    el reflejo del tigre.


    El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve

    -antes que lo devoren- (cómplice, fascinado)

    igual a su enemigo.

    Damos la vida sólo a lo que odiamos.


    Resplandor de ser

    Para la adoración no traje oro.

    (Aquí muestro mis manos despojadas)


    Para la adoración no traje mirra.

    (¿Quién cargaría tanta ciencia amarga?)


    Para la adoración traje un grano de incienso:

    mi corazón ardiendo en alabanzas