Después de un largo periodo de soledad y su entrar y salir de instituciones por enfermedades mentales y depresión, el 25 de septiembre de 1972, la poeta argentina Alejandra Pizarnik se quitó la vida con una sobredosis de barbitúricos a la edad de 36 años. Una de las “más influyentes de la poesía contemporánea en lengua española escrita por mujeres”, según el Instituto Cervantes, nació en Avellaneda el 29 de abril de 1936 y se desenvolvió como escritora, poeta y traductora.
Su familia era de origen ruso, pasó una infancia y adolescencia difícil por problemas de acné, sobrepeso, tartamudez, asma y las constantes comparaciones con su ("perfecta") hermana, por parte de los padres, la llevaron a tener periodos de angustia profunda y buscar autodescubrimiento, reconocimiento y validación que luego expresó magistralmente en sus poemas caracterizados principalmente por la oposición a “lo que debe ser”, según su biógrafa, Cristina Piña.
En la adolescencia encontró influencias literarias más allá de las impuestas por los estudios, encontró en William Faulkner y Jean Paul Sartre, un abrevadero que la inclinó por el existencialismo, la filosofía y la poesía, para poder desarrollar por sí misma, conceptos como el de la libertad, muy constante en su obra, tanto como el amor, el desamor, la amistad, las relaciones y la rebeldía, entre otros. Desde joven se propuso a sí misma, ante el mundo, como una persona excepcional, excéntrica, estrafalaria y subversiva.
Su formación fue autodidacta, aunque cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, después se cambió a Periodismo, también estudió Letras, trabajó como asistente en el taller del pintor Juan Batlle Planas y luego decidió seguir su propio camino influenciada por grandes escritores como Proust, Claudel, Kierkegaard, Artaud, René Daumal y muchos otros que le ayudaron a encontrar y reafirmar su propia personalidad literaria.
Vivió y trabajó como traductora en París, donde además cobró fama como poeta, su estilo llegó a oídos de personajes importantes y se integró al circuito con éxito, apreciada por la comunidad intelectual y artística de los años 50 y 60. Fue buena amiga de Julio Cortazar con quien intercambió una serie de cartas, cerca del final de su vida, en las que se refleja claramente el sentir de Pizarnik, su miedo, la locura, depresión, desazón, así como la empatía y cariño de él hacia ella. Aquí les compartimos las últimas cartas que compartieron estos dos grandes de las Letras latinoamericanas. http://www.andaryver.mx/arte/poesia/carta-de-julio-cortazar-a-alejandra-pizarnik/
Se despidió del mundo con un último verso escrito en el pizarrón de su habitación:
no quiero ir
nada más
que hasta el fondo